Les voy a contar un secreto, algo que no acostumbro a confesar. Me temo que al hacerlo público dejará de ser un secreto y llamará la atención de muchas personas. Les adelanto que tengo comprobado que a muchas personas les encanta, y a un porcentaje pequeño, les parece una auténtica tontería. El gran trabajo de madurez consiste en aceptar a ese porcentaje pequeño, porque desde la obsesión, siempre se quiere entender todo. ¿Por qué al contar algo bueno puede haber alguna persona que nos odie? Me temo que es complicado, y supongo que llegado el caso, siempre habrá algún motivo racional: que si la envidia, que si la falta de seguridad, que si un trauma de la infancia, no sé… mil motivos.

Pero ahora viene el planteamiento interesante: da igual lo maravillosos o súper divinos que seamos, siempre habrá gente que nos despreciará. Da igual si siempre sonríes y muestra cariño a todo el que te rodea, siempre habrá alguien que se molestará. Da igual si haces todo bien y cuidas hasta el último detalle, siempre habrá gente que pondrá pegas. ¿No te ha pasado?

Relájate. Toca aceptar que por muchas alegrías que transmitas, por bien que hagas las cosas, o bien por lo atento que seas con los demás, siempre habrá alguien a quien no gustes. Pero no te preocupes, ya que el problema es de esos pocos, que tarde o temprano acaban aprendiendo lo que se perdían con tu sonrisa. Créeme… precisamente esas personas que no valoran todo lo bueno que das… son las que más aprenden de ti.

El secreto es bien sencillo: tengo mil problemas en mí día a día… ¡pero soy muy feliz! No se equivoquen, hay gente que no acepta que los demás podamos ser felices, y se empeñan día tras día en hacer que la gente se sienta igual de mal que ellos. Tóxicos por naturaleza. Ya no me preocupo por agradar a todo el mundo, ¡se gasta mucha energía con frases sin sentido!

Lo importante no es lo que piensen los demás de mí, es como yo me siento. Muy feliz.