¿No sabes qué hacer en Milán? Style4Life nos lleva a la lujuria de la moda en su esencia más pura, el puro Milán… en donde no se puede ir a desayunar sin parecer que se va a un desfile de moda… ¡y siempre llena de felicidad!
¿El hedonismo es considerado pecado por las religiones? ¿y cuando el contexto te lleva irremediablemente a caer en la tentación? Milán no es una ciudad para caminar cabizbajo o pretender hacer un itinerario sobrio y funcional. Puede que no esté catalogada como la ciudad más emblemática ni sea de los destinos más turísticos, pero destila estilo como ninguna otra, y es toda una exhibición de buen gusto y elegancia.
Un indicio claro de lo que te aguarda en la ciudad se percibe al aterrizar. Un gran letrero de GIORGIO ARMANI te recibe. La cuna de la moda está claro que es Milán, y sus grandes maestros diversifican su negocio en la ciudad. Aquí podrías alojarte en el hotel Armani (sí, hay otro en Dubai), tomar un cóctel en el hotel Bulgari o comer en el restaurante de Dolce & Gabanna. Y más, firmas como Porsche tienen su propia boutique en la Vía della Spiga. Y es que Milán derrocha glamour por donde quiera que estés. Sea la hora que sea, y desde la firma de ropa más sofisticada hasta la más low cost, los escaparates están perfectamente iluminados y decorados. Algo así como lo de Manhattan y sus rascacielos que no apagan la luz de sus oficinas.
Los milaneses son bastante elegantes y trendy independientemente de sus edades. En una ocasión, siendo verano coincidí por sorpresa con una cena in bianco en mitad del parque Porta Venezia. Cientos de milaneses se reúnen una noche al año vestidos de blanco rememorando al aire libre una cena parisina de los años 20. Seguramente esto exista ya en más ciudades, pero yo lo descubrí en Milán. Tienen buen gusto hasta para cenar en sillas plegables y de tupper en un parque. En Milán no verás comercios “de barrio” trasnochados o casposos. Incluso lugares tan funcionales como la estación central de tren no renuncian a la sofisticación.
En perfecta armonía con todo ello convive la tradición y devoción italiana, con multitud de iglesias integradas en diversas calles o arterias principales de la ciudad, muchas de ellas de estilo románico italiano o lombardo, excepto la catedral de la ciudad, Il Duomo de estilo gótico. Me resulta simpático escuchar a cada hora punta las campanadas de la catedral mientras estoy trabajando en la oficina. Una joya arquitectónica cuya entrada la custodian militares, y en la que es posible subir al tejado y admirar sus cientos de agujas y esculturas. En los últimos años se mantienen trabajos de restauración, e incluso se lanzó una iniciativa para recaudar fondos en la que podías apadrinar una de las agujas ¡por poco más de un euro! Las galerías Vittorio Emmanuele junto a la catedral son ejemplo de la armonía religiosa-comercial.
Si llegas por primera vez en metro a la plaza del Duomo te quedarás boquiabierto al salir del subterráneo y toparte con la impresionante fachada de la catedral apenas sales a la superficie. En su interior precioso, además alberga algunas curiosas piezas como la ambigua estatua de San Bartolomé, que no queda muy claro si está desnudo con una túnica o no lleva túnica sino que es su propia piel arrancada durante su martirio. Su inscripción está en latín, y sólo acerté a comprender del título “Praxíteles” que nada tiene que ver con su autor. Tal vez algo siniestro, la verdad. Aunque no tanto como el osario de la iglesia de San Estefano.
Navigly es un barrio agradable por su río y ambiente festivo, frecuentado sobre todo por estudiantes. En mi primera visita a Milán me sorprendió la cantidad de adeptos que tiene el rock’n’roll o boogie woogie entre la gente joven. Chicos y chicas vestidos muy trendy moviendo la pelvis ¡sin parar!
Mi elección para salir a pasear y cenar es Brera, barrio pintoresco y lleno de hosterías y restaurantes tentadores, especialmente sus calles Fiori Escuori y Fiori Chiari. Inciso, el café de Milán es tan rico que apetece tomarlo a todas horas y en todas sus versiones. Es un vicio: el marocchino, el cappuccino, mocacchino,… café al ginseng.
Pero cuidado que la gula ¡la carga el diablo! A veces uno se confía tanto con el italiano- por aquello de que con las lenguas latinas los españoles las podemos entender sin problemas, bla bla bla-que movido por la tentación pides algo en la carta sin tener muy claro lo que es. Me pasó en una focacceria estupenda a la que fui a cenar, con focaccias de mil ingredientes, camufladas por un parmesano rallado. Gracias a la intuición pregunté al camarero por algo turbio de lo que no tenía claro su origen, y resultó ser ¡hígado!
Y hablando de cenas, en Milán se encuentra el fresco pintado por Leonardo da Vinci de La Ultima Cena de Jesucristo. No he logrado conseguir acceso a él hasta mi quinta visita a la ciudad. Pero mereció la pena tanta exclusividad y espera para ver una obra de tal calibre. Un fresco lleno de misterios en el que al contemplarlo puedes apreciar la humanidad de los personajes, su espontánea reacción de hombres y no de santos, con sus preocupaciones y reflejando la consternación por la mala noticia anunciada por su Maestro, e incluso el sentimiento de remordimiento de alguno de ellos…porque algunos que se aprovechan y venden su alma al diablo.
Y ahora ya sabes qué hacer en Milán. 😀
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