¿Quieres ser feliz o tener la razón? Aquella pregunta me hizo un nudo en el estómago. Me la lanzó Lupita Volio (de Olacoach) y me dejó un poco paralizado. Hablábamos de mi lucha por conseguir revocar la ridícula sentencia que me llama toxicómano sin prueba alguna y que está ahora camino del Tribunal Supremo. La cuestión era si quería tener la razón y demostrar que los jueces están equivocados o si quería pasar página de una vez por todas y entender que ser feliz depende de mí.
En aquel momento mi cerebro (razón) y corazón (estados de ánimo) empezaron a luchar duramente. Mi cerebro tenía suficientes argumentos como para ganar la batalla, pero mi corazón se sentía un poco cansado de tanta guerra. En esa sesión de coaching, al final, ganó el corazón. Recuerdo que esbocé una sonrisa gracias a Lupita.
Después de unos años siempre recuerdo aquella sesión de coaching. Fue todo un aprendizaje que me ayudó a marcar un compromiso por la felicidad. Antepongo casi siempre el estado de ánimo a la necesidad de tener razón, y eso me hace sonreír más que los demás. Muchos no se lo creen, pero supongo que no saben que anteriormente era mucho más cabezota.
Sea como sea, hace poco tiempo añadí un nuevo nivel a la reflexión felicidad vs razón (emocional vs racional). Ya no era tener razón, ni tampoco era sentirse bien. Ahora era sentirse alineado con los valores, el motor de nuestras vidas o la esencia del espíritu (dejo al lector que elija la palabra según sus preferencias). En resumen, sentirse alineado con el sentido de nuestra vida.
¿Cómo ampliaba este nuevo nivel caso anterior? Ahora quería entender si mis acciones estaban acordes con mis valores. Quería saber si todo lo que hacía le daba sentido a mi vida. Quería saber si mi espíritu se sentía libre de faltas.
Entonces comprobé que tenía que respetar a uno de mis valores esenciales, la justicia. Tenía que conseguir que no me temblara el pulso y tuviera la energía suficiente para decir o hacer todo aquello que me enfocara a conseguir estar respetando este valor. Tenía que conseguir vivir en un mundo en el que sintiera esa justicia.
Aquello me puso en pie y me dio otra perspectiva. Daba igual si alguien pensaba que estaba perdiendo el tiempo, o si veía que me entristecía en algún momento en esta larga y tediosa travesía. Mientras yo entendiera que el fin estaba alineado con mis valores, y que además estaban en armonía con la Naturaleza, todo tenía sentido.
Mucha gente no entiende mi empeño en pensar que la gente cambia, y consideran una atrevimiento, el luchar contra el sistema establecido. Supongo que tendrán otros valores, y eso también hay que aprender a respetarlo.
Recuerdo una frase (no sé de quién) que decía algo así como «¿Por qué empeñarte en convencer? Quien te odia no te creerá, y quien te quiere no necesita explicaciones».